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Mensaje por Karin L. Erlander Sáb Feb 15, 2014 8:27 am

Terminados mis asuntos en el DD me hallé en uno de los elevadores, descendiendo a la primera planta donde se hallaba el atrio. De nuevo, mi intención era irme por donde mismo había venido y pasar por mi apartamento un rato... pero a menudo lo que yo quería parecía ser contrarrestado con lo que sucedía a mi alrededor. Sacudí mi larga cabellera pelirroja hacia atrás para apartármela de la cara y al fin salí de aquel cacharro móvil, oteando los alrededores con ojo crítico. Por suerte el discursito de antes o lo que rayos fuese ya había finalizado y la gente estaba más dispersa, aunque de todas formas me molestaba el bullicio general... vale, no, pero el asunto era quejarme de algo. Lo que fuera. Dejadme tranquila con mis pensamientos gruñones, bah. No hacían mal a nadie.

-¡Eh! Eso es mío, diablos. ¡Ven aquí! -Miré con ojos fulminantes al crío que acababa de extraer una tableta de chocolate de mi túnica, ¿qué clase de niño tenía las manos tan rápidas y ligeras? ¿Y dónde estaba su familia? Al mirarlo fijamente mientras huía su imagen se superpuso a la de mi hermano Aren, aquel niño entusiasta y veloz de tan solo once años. Pero de nuevo, una vez más, me recordé a mí misma que aquel niño no era mi hermano muerto. No podía seguir viéndolo en cada maldito infante que me cruzaba... la cólera burbujeó ardiente en mis entrañas pero me limité a sacar la varita y convocar la tableta con un simple Accio. La guardé en su sitio y seguí adelante, caminando con paso firme en dirección a la chimenea. Mi expresión lucía un tanto intranquila pero oculté aquella perturbación como siempre hacía, debía templar mi ira y pensar con la cabeza fría.

Perdí la pista del niño y bien pensado era hasta mejor, no podía enfrentarme a la mirada inocente y plena de cualquier niño sin que algo se removiese dentro de mí haciéndome sentir enferma y culpable. Logré serenarme al menos externamente y crucé con postura erguida, pasando entre un grupo de magos que reían. Estaba atenta a mi alrededor, de verdad que sí, pero no tuve tiempo de esquivar al tipo que colisionó contra mi cuerpo así de la nada. Me tambaleé peligrosamente, mi equilibrio sin duda no era lo mejor del mundo y cuando traté de agarrarme a algo para no caer resultó que lo que acababa de atrapar era un puntiagudo sombrero de mago cuyo propietario se quedó tremendamente desconcertado al casi perder su prenda. Lancé una mirada de disculpa en su dirección y luego me enfrenté a aquel hombre, cruzándome de brazos.
-Tenga un poco más de cuidado, oiga. -Reclamé, pero no de malos modos. Mi tono de voz fue calmado y sereno, justo lo contrario de los pensamientos tortuosos que invadían mi mente.
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Mensaje por Erhard H. Rosenskjöld Sáb Feb 15, 2014 9:36 am

Papeleo listo. Citas realizadas. Informes acabados y sin retraso.

Mientras cruzaba la recepción con natural lentitud, Erhard hacía una lista mental sobre sus tareas de ese día. No había tenido actividades particularmente extenuantes, así que no tardaría en volver a la oficina e ir temprano a casa. Tal vez así podría invitar a alguien a salir por unas bebidas o una cena, no tenía muchas ganas de pasar esa noche en solitario. Saludaba a cuanto conocido vislumbraba de lejos o de cerca, haciendo clara muestra de su usual cortesía. No se le escapaba nadie, inclusive alzaba el brazo por si no se podía notarle. Debido a ello, más distraído en quienes saludaba que en sus pasos, no pudo detenerse a tropezar de casualidad con una persona.

Estaba a punto de responder, cuando se calló ante la reacción de la joven. Arqueó ligeramente la ceja. Era como si le hubieran quitado las palabras con alguna clase de encantamiento. —Mis disculpas, señorita. —Dijo por fin. Si bien no se le estaba acusando de ningún pecado, Erhard se sintió en falta por haber provocado un tropiezo que pudo evitarse. Vio un sombrero caído y lo levantó con agilidad —Yo me encargo. —Eludió el estallido del hombre. —Tome caballero y siento la molestia. —, viendo que su dueño lo tomaba con expresión disgustada. Ni se dignó en ofrecer alguna ayuda en la otra, lo cual fue una escena desalentadora para Erhardt. Despidió al funcionario, dada su posición, nadie podía sermornearle más de lo que la chica lo había hecho. Se prometió recordar su rostro, por mero juego de memoria.

Lamento mi irrespetuoso comportamiento. —Repitió su disculpa, esta vez dirigiéndose a la joven y ofreciéndole una mano. Era lo menos que podía hacer—No suelo tumbar a menudo a la gente y mucho menos a propósito. —Solamente si no se trataba de algún sospecho en contra de la ley. —Sin embargo, no deja de causarme curiosidad como alguien pudiera darme órdenes tan fácil. —Sonrió ante su divagante comentario.
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Mensaje por Karin L. Erlander Sáb Feb 15, 2014 11:50 am

A veces miraba a las personas y sabía cosas. Vale, no, con esto no pretendo decir que leía mentes ni mucho menos, ni tampoco que mis dones de vidente son tan grandes que puedo ver el porvenir de alguien con solo mirarlo. Ni de lejos, en realidad. Sin embargo sí me venían ideas inconexas a la cabeza, o figuras difusas. Explico esto porque cuando miré al mago a cuyo sombrero me había agarrado para no caer una especie de máscara se sobrepuso sobre su cara. Luego vi un abanico abierto, un corazón estriado y una cadena oxidada. Todo aquello tendría significado si me tomaba el tiempo de analizarlo, como por ejemplo la máscara simbolizaba apariencias engañosas. Pero debía reaccionar de alguna forma, por eso almacené la información para más tarde. -Disculpe -Dije alto y claro para que me oyese, pero su expresión iracunda me hizo pensar que se iba a liar la de Dios.

El hombre con el que acababa de chocar lo arregló todo en cuestión de segundos, pues aquel señor enfurecido no se atrevió a alzarle la voz. Eso, sin aún haberme fijado en su rostro, me dijo que debía ser una persona influyente, muy persuasiva o con un alto cargo en la comunidad mágica. Y justamente, cuando mis ojos se cruzaron con los suyos le reconocí. ¿Cómo no hacerlo? Al ser jefe del Själsoldat había salido infinidad de veces en El Druida, periódico mágico sueco por excelencia: Erhard Rosenskjöld era su nombre, y si tenía que ser sincera aquel señor era demasiado guapo. Debía rondar los cuarenta, pero qué cuerpo y qué todo. Lo cuál, por otra parte, no conllevaba que fuese una persona de fiar; no para mí.

Está bien, no se preocupe, no ha sido nada. Nadie se ha hecho daño -Hablé con tono conciliador, aunque mis ojos despidieron un brillo de humor irónico tras fijarse en el mago que ya se alejaba. Pobrecito, le había tenido que romper el corazón el que su sombrero le abandonase tan fácilmente. Me moría de pena por él. Estreché la mano de mi interlocutor sin dudar un instante, incluso aunque mi postura era ligeramente defensiva eso no me impedía recordar mis buenos modales dignos de cualquier sangre pura. O de cualquier persona criada entre lujos, para ser más realistas y menos prejuiciosos; ser muggle, nacido de muggles, squib o mestizo no restaba elegancia ni atractivo ni nada por el estilo.

Bueno es saberlo, señor. —Bromeé con una sonrisa, quitándole hierro al asunto con un indefinido gesto de mano. —Ciertamente no me ha tumbado, los sombreros salvavidas existen después de todo —Finalicé, aunque ya puntualizando el comentario al poner los ojos en blanco como para mí misma; otra mala costumbre poco digna de una perfecta dama según mi padre, pero me daba igual lo que pudiese opinar un imbécil machista sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Fuera de eso, solo una loca como yo terminaría agarrada a un sombrero para evitar una caída. Algo iba seriamente mal conmigo, ajá.

¿Le he dado una orden, señor? —Y entonces la sonrisa divertida llegó, finalmente, a mis ojos. Batí mis largas pestañas casi con inocencia y contuve una carcajada. —Yo creí que había sido un pedido razonable nada más. Y si le parece fácil de acatar, es precisamente por que le suena razonable. —Razoné con voz tranquila, apelando a mi sentido de la lógica que al fin parecía hacer acto de presencia. —Por cierto, debo disculparme por mis modales. Mi nombre es Karin, Karin Erlander. —Incliné la cabeza de forma muy leve, casi imperceptiblemente.
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Mensaje por Erhard H. Rosenskjöld Sáb Feb 15, 2014 10:34 pm

Modales y una buena cantidad de solidaridad parecía ser algo que escaseaba en el Consulado en ese momento. Ella no había hecho nada, pero algunos murmuraban detrás de su espalda que se trataba de un incidente al que debían juzgar con silenciosas miradas. Tan necesario como era, Erhard meneó la cabeza hacia la pelirroja. —No se preocupe por el otro señor, seguramente le ha servido de lección el ser nada colaborador. —Ambos habían tratado de llevar el accidente a un mejor rumbo, pero quizás no había solución con otras personas. Seguramente se trataba de algún estirado que se ofendía ante el primer signo de desobediencia, así que se complacía el haber actuado antes que ello pudiera acabar en algo mucho peor. Soltó su mano sin brusquedad, quedándose todavía parado frente a la chica. La diferencia de altura era tal que tenía que inclinarse para hablarle de frente.

Su lenguaje corporal indicaba que todavía no se sentía segura, a Erhard le encantaba cambiar ese tipo de perspectivas, así que procuró hablar más lentamente. Tampoco tenía tantas prisas. Ante su ironía, echó a reír suavemente, mostrando los dientes. —Aquí entre nos, a mí no me agradan tanto, pero tendré en cuenta llevar un sombrero para toda la ocasión. —Ahora que reflexionaba, resultaba hasta gracioso pensar que aquel pequeño detalle pudiera desatara una furia o salvar a alguien. La joven sí que tenía pensamientos disparatados, mas ello no molestaba al mayor.

Ha sonado como una, ¿o estoy exagerando? —Miro a un lado, haciendo una mueca como si hubiera cometido un error de gran tamaño. —Solo bromeo, intentaré tenerlo, solo tengo muchas cosas en la cabeza por el momento. —No se demoró en ser honesto, como miembro del Consulado, no podía estar en blanco; cuando se trataba del deber. Miró de soslayo a los lados, la gente se había disipado y el ritmo volvía a su orden. Los curiosos le daban cierta pena, había que estar muy aburrido para detenerse e invertir unos segundos preciados en algo en los que ni siquiera estaban incluidos. —No tiene que hacerlo señorita, créame. —Él era partidario de la desaparición de modales restrictivos con la mujer, cuando los hombres que podían ser tan torpes como ellos y les tocaba por igual sentirse en falta. —Mucho gusto, el placer es mío. —Siguió con el saludo, inclinando su cabeza de la misma manera que ella.

Yo soy Erhard Rosenskjöld, jefe del Själsoldat, al servicio de todos. —Aquello sonaba a una publicidad para la comunidad mágica por igual, a propósito. Tampoco era de esos hombres que creían que sus cargos merecían ser tratados como celebridades y por tal, todos debían saber quiénes eran. No necesitaba demostrar que era una deidad para dar importancia.

Erlander…—Repitió el apellido como si le hubiera alcanzado un recuerdo repentino. Le sonaba por alguna razón. —Disculpe ser tan directo, pero ¿es algún pariente de Martin Erlander del departamento de desmemorización? Tengo muchos conocidos ahí, personalmente. —A no ser que estuviera hablando con una completa desconocida, aunque nadie iba a de visita tan casualmente en el Consulado. —Cierto, espero que no le esté haciendo perder el tiempo, hablando ahora, ¿verdad señorita Erlander? —Preguntó de antemano, no deseaba estar cortándole el paso para volver a donde fuera tuviera que ir. No la reconocía, aunque podía tratarse de algún estudiante.  —A no ser que se trate de cualquier otro becado, estos días hay muchos por aquí y deambulan sin sentido alguno —Bromeó de buena gana, más de uno había caído en sus manos con informes equivocados entre departamentos.
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Mensaje por Karin L. Erlander Dom Feb 16, 2014 4:33 am

Encogí los hombros brevemente y negué con la cabeza ante lo dicho por Erhard. —A mí tampoco me gustan. La gente podrá decir lo que quiera, pero un sombrero no me suele parecer muy atractivo. Además me siento sumamente orgullosa de mi pelo como para ocultarlo, francamente. —Comenté medio en broma medio en serio. —Lo que es útil es que otra persona sí lo lleve cuando estás a punto de comer suelo hasta no poder más. —Y me puse a pensar en que el suelo estaba demasiado duro para eso. Me iba a cansar rápidamente de comer si tuviese que hacerlo. Maldita sea, otra vez desvariando.

Nuevamente no se preocupe, esas cosas suceden a cualquiera. —Le tranquilicé de inmediato. Mis ojos seguían sus movimientos, que se hubiese inclinado para mirarme mientras hablábamos indicaba que no temía ponerse al nivel de los demás. Eso o que era un actor malditamente bueno, que también podía ser y no era nada descartable. Sus próximas palabras me hicieron pensar que tampoco era uno de los machistas con los que ya estaba acostumbrada a tratar de forma habitual, por lo que sonreí en respuesta.

Arqueé una ceja y traté de ocultar el fugaz brillo de diversión que cruzó mis ojos. —Imposible no conocerle, señor. —Contesté por única respuesta, aunque aún con cierto humor en mi tono. Luego llegó el momento en que, como tantos otros, Rosenskjöld reconoció mi apellido. Mi expresión fue cuidadosamente neutra en ese momento, una sonrisa imprecisa y aire calmado pero nada que indicase lo que pensaba. —Efectivamente, soy su hija. Estoy finalizando el grado intermedio en Wikström. Y no se preocupe, tengo bastante tiempo aún antes de coger el Silverpilen —Acabé riendo suavemente con lo de los becarios y sacudí la cabeza. —Muchos puestos de trabajo, pero aún más estudiantes deseando probar su valía. —Mi rostro tampoco expresó nada de lo que estaba pensando al respecto en ese justo momento.

Ahora bien, volviendo al tema anterior estaba hasta las narices de ser conocida por el apellido Erlander. Incluso me sorprendía que el jefe del Själsoldat conociese a semejante imbécil como era mi padre. De los dos era mi madre, Janna Wennerström, quien merecía todo el reconocimiento que pudieran darle y más, sin embargo no lo obtenía porque el apellido Erlander acababa monopolizándolo todo. Qué se le iba a hacer.
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Mensaje por Erhard H. Rosenskjöld Lun Feb 17, 2014 4:31 am

La respuesta era muy extraña para cualquiera, mas Erhard se echó a reír como en su vida. Los jóvenes de ahora si sabían como sustraer ideas alocadas y aquella preciosa señorita si que lo sabía. —Opino de la misma manera, su cabello es muy hermoso si me lo permite decir. —Se dio cuenta que era una larga cabellera. Roja como ninguna, se la podía diferenciar entre todos los magos de aspecto rubio que circulaban. —Es una observación muy inteligente, los sombreros sirven de algo después de todo. —Elogió fiel a su estilo.

Vio su sonrisa en la otra y sabía que el camino no iba a ser tan exabrupto. Aunque a decir verdad, a él le gustaban los retos. Cualquiera con un tono desconfiado cual animal indefenso le agradaban, por más inusual que sonase. Meterse en su papel no le hacía un actor, le hacía un maestro en lo propio. Así, entreabrió los ojos como quién le sorprendieran que fuera reconocido. —¿Hemos hablado con anterioridad? Vaya, ofrezco una disculpa por mis tosquedad e ignorancia. —Cerró un ojo, como un gesto cómplice ante la otra. —Lo sé, me conoce todo el mundo (supongo), pero no es tan agradable, ¿sabe? —A modo de confesión, mientras su mano se apoyaba en su pecho, inició: —Me parece detestable que deba no presentarse adecuadamente, pretendiendo que los otros ya deben de saber antemano quién soy, no es educado. —Los aires de grandeza estaba para los mediocres y bajo honor.

Si hablaba de su padre, ni siquiera podía notarse. Erhard ya había visto la misma expresión en otros rostros. La señorita Erlander se mantenía en modo automático y sin ningún atisbo de amor al decir su propio apellido. —Vaya, asiste a la Academia. —Le tomaba como alguien mayor, muy atractiva como todas las mujeres en Suecia. —Me alegro, estoy acostumbrado a que me digan tres o dos frases y huyan, no me ofende, aunque seguido no resulta de tan buen gusto para uno. —Comentó como si hablara con una conocida de tiempo o era la clase de impacto que deseaba evocar. —Es cierto, nuestros estudiantes valen mucho... ¿usted ha pensado ingresar al Consulado o tiene en mente otra profesión para el futuro? Me acusan de pensar diferente porque creo que este país necesita más mujeres dentro del estado. Se avecinas nuevas épocas y no creo que estancarse en el pasado sirva de algo —Quien le escuchara, no dudaría en sus creencias. No soportaba cuando decían que las mujeres merecían estar en la cocina y con los hijos.

Me he emocionado en mi discurso, lo aprovecho a comentar, porque normalmente estoy en un mar de hombres muchos más viejos que yo. —Lo cual era terriblemente angustiante. A él le tocaba respirar profundo si salía algo sexista de la boca de los superiores. Pronto, de estar enfrascado en ese importante tema, se distrajo por la tos continua del lugar. —Este invierno está siendo bastante cruel, espero que cuide su salud señorita. —Otra sonrisa, una de esas que la mayoría de asistentas moriría por recibir.
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